MENOS ES MÁS

¿Cómo evitar la trampa de la acumulación?

Cuenta una parábola moderna que un hombre estadounidense de clase media visitó una remota aldea africana. Al encontrarse con una familia que vivía en condiciones muy humildes, comentó: “Lamento que tengan tan poco. Debe ser difícil vivir así”. La madre, con serenidad, le respondió: “Lamento que tengan tanto. Debe ser difícil vivir así”. Sin duda, esta madre tenía razón. Ante la inundación de cosas materiales cuesta, a veces, mantener la mirada puesta en Dios en medio de tantas distracciones.

Aplicaciones de compras, alertas de descuentos y envíos en 24 horas alimentan una cultura de acumulación inmediata, donde lo material se vuelve cada vez más accesible, pero también más invasivo. Lo que antes era un lujo ocasional, ahora parece una necesidad urgente. La tecnología, aunque útil, ha acelerado nuestra tendencia a llenar vacíos con cosas, alejándonos silenciosamente de la verdadera fuente de plenitud. La sociedad de consumo parece no tener nunca saciedad de consumo.

La inclinación de acumular no es algo reciente. Casi de 1 de cada 4 parábolas que contó Jesús abordan temas relacionados con el dinero, las posesiones o la manera en que administramos lo material. ¿Por qué? Porque él conocía bien la tendencia del corazón humano a desear más de lo necesario, por eso mira lo que advierte en Lucas 12:15: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Otro de los pasajes conocidos es el de Mateo 6:24 donde afirma que no es posible servir a dos señores.

La trampa de la acumulación no se trata solamente de tener muchas posesiones, sino de lo que esas cosas empiezan a representar en nuestra vida. Poco a poco, y muchas veces sin darnos cuenta, buscamos seguridad, identidad y propósito en lo que poseemos.

Lo material empieza a ocupar el espacio que solo puede llenar Dios, y eso convierte a la acumulación en una distracción espiritual muy profunda y peligrosa.

No es extraño, entonces, que Jesús nos invite una y otra vez a soltar, a desprendernos y a confiar. Su llamado no es a la pobreza por la pobreza misma, sino al desapego de aquello que nos domina, a liberar el corazón de todo lo que compite con su señorío.

Entonces, el problema no es tener, sino ser poseídos por lo que tenemos. Por eso, el apóstol Pablo escribió: “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual algunos, codiciándolo, se extraviaron de la fe” (1 Tim. 6:10). Y también dijo: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación” (Fil. 4:11). ¿Qué significa esto? Aprender a decir: “Tengo suficiente”, y creerlo de verdad. Si bien es contrario a una cultura que constantemente nos empuja a comprar más, tener más y acumular más, el discípulo de Jesús está llamado a vivir de forma contracultural, confiando en que la vida plena no depende de la abundancia, sino de una comunión constante con Dios.

Lo que acumulamos no solo llena nuestros estantes; también llena nuestra mente, nuestro tiempo y nuestra energía. Y, de pronto, orar cuesta más, servir cuesta más y escuchar a Dios cuesta más. ¿Por qué? Simplemente porque hay otras voces exigiendo nuestra atención: la cuenta bancaria, el trabajo extra y el mantenimiento de lo que poseemos.

Jesús nos ofrece un camino distinto: el camino de la libertad. Él nos invita a soltar el peso de las posesiones para correr con ligereza la carrera de la fe (Heb. 12:1). No se trata de venderlo todo necesariamente, sino de permitir que Dios examine nuestro corazón y nos muestre dónde nos estamos aferrando a lo que deberíamos entregar.

¿Dónde estamos acumulando por miedo, por vanidad o por falta de confianza? ¿Qué posesiones están ocupando el lugar de la fe? ¿Qué cosas materiales nos han prometido felicidad, pero solo nos han dado ansiedad?

¡Reflexiona sobre este tema!

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