CULTIVAR LA INTELIGENCIA ESPIRITUAL

14/07/2022

“Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual”.

Colosenses 1:9.

El apóstol Pablo oraba para que los colosenses fueran llenos de inteligencia espiritual. ¿Por qué lo haría? ¿Es ella mejor que la inteligencia cognitiva o la inteligencia emocional? El texto paulino acompaña la idea de la inteligencia espiritual junto con el “conocimiento de su voluntad en toda sabiduría”.

Probablemente, esta insistencia del apóstol en que los colosenses fueran sabios e inteligentes en cuestiones espirituales podría deberse a que Colosas era, en aquellos tiempos, un centro cultural, especialmente del paganismo y de las religiones de misterio. Era muy activo el gnosticismo, una herejía que luego se infiltró en la iglesia.

Dentro de las varias formas de gnosticismo, una de ellas era la de los esenios. Este grupo se caracterizaba por tener un espíritu exclusivista, ya que se sentían dueños de la sabiduría. Esa Babel de ideas requería de un espíritu crítico, la habilidad para discriminar el error de la verdad y una vigilancia permanente para no dejarse influir por el engaño.

Últimamente se han realizado muchas investigaciones sobre la inteligencia espiritual, un concepto descubierto recientemente por la Psicología.

Por ejemplo, se ha reconocido que la inteligencia espiritual nos abre a la cuestión del sentido; nos faculta para identificar lo que no anda bien, las debilidades y las flaquezas, como también las fortalezas y las capacidades latentes, para poder diseñar inteligentemente el futuro. Se ha descubierto que la inteligencia espiritual proporciona un sentido a la vida, esperanza y apoyo emocional. También se relaciona con el perdón, la amabilidad y la compasión.

En un excelente artículo, Rodrigo Arias y Viviana Lemos (2015) han mostrado que la inteligencia espiritual abarca varias dimensiones y tiene múltiples funciones importantes en la vida humana, a saber:

  • Dimensión cognitiva (conocimiento espiritual), que incluye razonamiento moral, práctica de la meditación, búsqueda de sentido, autoconocimiento, autotrascendencia, actitud frente al dolor.
  • Dimensión afectiva (“vivencia espiritual”), que abarca el entusiasmo, la sensibilidad estética, la admiración por lo misterioso, la paz interior, la felicidad.
  • Dimensión conductual (“contingencia”): control de los impulsos, sobriedad, sencillez, manejo del ocio, cuidado de la salud, estoicismo o resistencia física, ejercicio de la solidaridad.

Al constituir algo tan valioso e importante, se entiende mejor por qué el apóstol estaba tan afanoso porque los hermanos colosenses ejercitasen esta noble virtud; algo que podríamos también cultivar todos nosotros. ¿De qué manera hacerlo? Siguiendo a un especialista en el tema, Torralba (2010), podríamos decir:

  • Buscando profundizar las relaciones interpersonales.
  • Relativizando las diferencias y enfatizando lo que nos une, no lo que nos separa de los otros.
  • Gozando de la belleza que nos rodea, los amaneceres o los atardeceres, el color de los árboles y las flores, la simpatía de las personas, la inocencia de los niños…
  • Cultivando la capacidad de conexión con lo que existe, descubriendo los elementos que unen, que subyacen en todas las individualidades.
  • Experimentando el deseo de darnos tal como somos, sin complejos ni dudas, con alegría.

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