EL GRAN CAMBIO DE LAS REDES SOCIALES

De un lugar de encuentro a una máquina de estímulos.

Las redes sociales, tal como las conocimos, ya no existen. Y ¿a qué me refiero con “tal como las conocimos”? Antes, el algoritmo —ese sistema que decide qué ves y qué no ves siempre que abres una plataforma— priorizaba las conexiones humanas. ¿Te acuerdas de cuando todo giraba en torno a compartir momentos y acercarte a tus familiares, amigos o incluso a personas con las que habías perdido contacto? Aunque ese componente todavía existe, ya no es lo que ocupa la mayor parte de nuestro tiempo en las redes. Hoy el funcionamiento cambió: la retención reemplazó a la conexión. Y este nuevo escenario, centrado más en intereses que en vínculos, es lo que muchos expertos ya llaman“redes de interés”.

Ahora ya no importa tanto a quién sigues, sino qué consumes. El algoritmo analiza cada segundo de tu comportamiento qué
te detiene, qué deslizas rápido, qué guardas, qué comentas, etc.— y personaliza completamente tu consumo según tus intereses para retenerte la mayor cantidad de tiempo posible en la plataforma. Así, las redes dejaron de ser mayormente un espacio de encuentro para convertirse en una máquina de estímulos diseñada para que te deslices sin pensar.

Por ejemplo, cuando tomas tu celular y decides hacerlo “solo por un minuto”, pero miras el reloj y ya ha pasado una hora; cuando abriste una aplicación sin recordar exactamente para qué la abriste; cuando no sabes el nombre de los creadores de contenido que sigues o cuando no consigues recordar qué contenido viste cinco videos atrás y no pasó ni siquiera un minuto. Así, pasamos de un entorno social a un entorno de consumo.

Pero ¿por qué sucedió esta lenta transición? Por el modelo de negocio. La publicidad es la principal fuente de ingresos de las redes sociales. Supongo que te has dado cuenta de esto cada vez que tienes que omitir un anuncio antes de ver un video de YouTube, pasar a la siguiente historia mientras navegas por Instagram, deslizarte al siguiente video de TikTok o posteo de Facebook. Y, para que esos anuncios funcionen, necesitan dos cosas: tu atención y tu información. Cuanto más tiempo pasas en la plataforma, más anuncios pueden mostrarte. Y, cuanto más datos generan sobre ti —qué te gusta, qué te aburre, qué te da curiosidad, qué te incomoda—, más precisos pueden ser esos anuncios y más pueden cobrar por ellos.

Por eso, seguro notaste que si buscaste algún producto (o a veces solo hablaste en voz alta sobre ello), luego te aparecen anuncios tras anuncios casi como obligándote a comprarlo.

Si el centro siguiera siendo el vínculo, no estaríamos expuestos a miles de anuncios diarios ni nuestras interacciones estarían condicionadas por aquello que genera mayor retención. El sistema está optimizado para capturar tu atención, no para cultivar tus relaciones. Es un sistema tan optimizado que pasamos alrededor de un tercio del tiempo que estamos despiertos mirando una pantalla. ¿No me crees? ¡Revisa en tu celular cuánto tiempo en pantalla pasas en él! En este contexto, aparece una frase que se volvió casi un lema de la era digital: “Si no pagas por el producto, el producto eres tú”. ¿Qué significa? Que lo que las plataformas venden no es la aplicación, sino tus patrones de comportamiento: tus clics, tus búsquedas, tus hábitos, tus tiempos de pausa. Ese conjunto de información, llamado puntos de datos, es la verdadera moneda del ecosistema digital.

Y, cuanto más detallado sea ese mapa de ti mismo, más valioso eres para el negocio publicitario. A todo esto se lo conoce como “economía de la atención”.

En resumen, consciente o inconscientemente, están moldeando nuestra manera de pensar y llevándonos a “iglesias de interés”, empujándonos hacia dos distorsiones peligrosas.

Por un lado, caer en la tentación de construir una iglesia como si fuera un show, una puesta en escena pensada para captar atención; como si se tratara de una plataforma más donde lo importante es que nadie “se deslice” hacia otra cosa.

Y, por otro lado, desarrollar expectativas de espectadores, esperando experiencias breves, inspiradoras y entretenidas; pero sin buscar la profundidad bíblica, la conversación honesta y la vida compartida que requiere el discipulado verdadero. Y ¿por qué? Porque nos movemos por estímulos y no por misión, premiando la atención en lugar del encuentro.

¡Piensa en esto y reflexiona!


Artículos relacionados

TERCERIZAR EL PENSAMIENTO

TERCERIZAR EL PENSAMIENTO

¿Quién es el dueño de lo que pensamos? En junio de 2025, Nataliya Kosmyna, científica investigadora del Laboratorio de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT por su sigla en inglés), publicó los primeros hallazgos de un estudio que ha planteado algunas...

EN LÍNEA

EN LÍNEA

La trampa de estar siempre disponibles. Vivimos en una era donde si no estamos “en línea”, sentimos que nos quedamos fuera del mundo. Nos convencimos de que estar disponibles todo el tiempo es una muestra de compromiso, de productividad o de cariño hacia los demás…...

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *