Un Dios de amor que busca relacionarse con su pueblo.
Éxodo 25 presenta un momento histórico para el pueblo de Dios. Desde la caída (Gén. 3) y hasta el momento en que el pueblo hebreo llegó al Monte Sinaí (Éxo. 19), los hebreos sacrificaban en altares que ellos mismos levantaban expresando su fidelidad y confianza en la provisión divina (Gén. 22:9-14; 4:4; 8:20).
No obstante, luego de hacer un pacto con Dios en el monte Sinaí tras ser liberados del poder egipcio, el Señor se acerca a Moisés y le declara su deseo: “Y me harán un santuario, para que yo habite entre ellos” (Éxo. 25:8). Esta orden fue llevada a cabo con diligencia, pues implicaba que ahora tendrían un lugar específico para la adoración y sería el punto donde la presencia de Dios se manifestaría de manera clara y tangible.
Si bien el pedido divino para levantar un Santuario establecía un lugar de adoración centralizado, su propósito fundamental era que Dios pudiera habitar en medio del pueblo. Esto tiene un profundo sentido teológico: Dios desea morar con su pueblo. Esa fue la realidad en el Edén. Dios caminaba en medio de su Creación y se relacionaba con el ser humano (Gén. 2:7, 18-22; 3:8). Pero la entrada del pecado generó una situación diferente del propósito divino. Dios quería morar con el ser humano, y así sucedió en el Edén. Sin embargo, luego de la caída en el pecado, Adán y Eva fueron expulsados del lugar donde sucedía ese encuentro personal y cercano con Dios. Así, el Santuario busca restablecer esa relación entre Dios y la humanidad.
Siendo ese el propósito del Santuario, su actividad fundamental eran los sacrificios. Estos tenían una función primordial, que era la de expiar el pecado del pueblo (Lev. 1:4; 4:20; 5:6). Esta obra es justamente la que ilustra el Plan de Salvación. Los sacrificios muestran la realidad fundamental de la expiación: cubrir/quitar el pecado. El ser humano, a causa de los pecados de los que es culpable, merece la muerte. Sin embargo, cada sacrificio y holocausto ofrecidos representaban a un ser inocente que moría en lugar del culpable. Este acto expiatorio es lo que permite que la relación entre Dios y la humanidad sea restaurada y hace posible que Dios habite con el ser humano.
El deseo de Dios de morar en medio de su pueblo no debe ser entendido como un asunto metafórico, sino que fue un asunto literal. Luego de la construcción del Tabernáculo, las doce tribus se situaron alrededor del Tabernáculo por indicación divina (Núm. 2:2-34). De esta manera, el Santuario estaba ubicado en medio del pueblo, lo que mostraba su centralidad espacial.
La vida religiosa giraba también en torno al Santuario, lo que implicaba una centralidad en cuando a la adoración. En Salmo 132:7 se declara: “Vayamos al santuario del Señor; adoremos al pie de su trono” (NTV). Del mismo modo, había tres ocasiones en las que el pueblo de Israel debía peregrinar hacia el Santuario para adorar a Jehová. La primera era durante la fiesta de la Pascua; la segunda, durante la fiesta del Pentecostés; y finalmente, en la fiesta de los Tabernáculos (Deut. 16:16). Por lo tanto, el Santuario era el centro de adoración exclusivo para el pueblo de Israel
Finalmente, esta centralidad espacial y litúrgica del Santuario indica su centralidad teológica. Este último elemento es posible solo si los dos otros aspectos se cumplen. La centralidad locativa, es decir, como el único lugar establecido por Dios para los sacrificios, prevenía al pueblo de caer en la idolatría.
Por otro lado, la centralidad de adoración también es importante, pues la exclusividad en cuanto a la adoración al Señor era fundamental. Aunque el Santuario se mantuvo como el lugar de adoración, hubo momentos en que se convirtió en un lugar donde se adoraba a otros dioses (ver 2 Rey. 23) perdiendo así su adecuada centralidad.
Por lo tanto, se debe mantener la centralidad no solo locativa sino también litúrgica. Ahora, mantener ambos elementos de la centralidad del Santuario permite que el propósito de la adoración se mantenga vigente y la centralidad teológica del Santuario sea posible.
Esta centralidad teológica del Santuario era clave y determinante porque apuntaba a la resolución del problema del pecado. Los sacrificios que sucedían allí formaban parte de un sistema ritual que apuntaba no solo a la muerte de un ser inocente en favor del pecador, sino también tenía un calendario religioso que apuntaba así a un cronograma escatológico de la salvación.
Como expresa Hebreos 4:16, acerquémonos hoy confiadamente al Santuario celestial para adorar exclusivamente al Dador de nuestra fe. ¡Maranata!
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